Hace unos años salió una noticia en un periódico local sobre un autobús que intentó cruzar un túnel de poca altura, y al hacerlo quedó atascado. Por supuesto, esto provocó un tráfico terrible y los servicios de emergencia, policías e ingenieros rápidamente comenzaron a debatir cuál podría ser la solución más eficaz. Algunos defendían que lo más sensato era desmontar el autobús por piezas y otros que lo más rápido era perforar el túnel para que el vehículo pudiera retroceder. Cada uno opinaba según su punto de vista y según su nivel de conocimiento en la materia.
Un niño que estaba en uno de los coches afectados por el atasco se acercó a husmear. Al ver a todos aquellos adultos debatiendo sobre la mejor posible solución, se dirigió a ellos y les dijo “¿por qué no le quitáis el aire a las ruedas del camión?”, dejando boquiabiertos a todos aquellos que llevaban horas buscando soluciones imposibles. Probaron a hacer lo que el niño sugería, y efectivamente el autobús salió del túnel con daños mínimos. Esta historia simboliza como muchas veces las soluciones más sencillas son las más eficientes, y cómo nuestras limitaciones auto impuestas nos impiden llegar a ellas.
Todos hemos oído hablar del concepto de Design Thinking. Este proceso creativo para afrontar retos, que ha ha sido utilizado durante años en agencias de publicidad, marketing y estudios de diseño, ha sido adoptado recientemente por consultoras y grandes empresas muy alejadas del ámbito creativo.
Pero, ¿qué significa realmente? ¿Existe una fórmula mágica para aplicarlo? Y lo más importante, ¿cómo podemos adoptar esta forma de resolver problemas en nuestro trabajo o vida personal?
El Design Thinking es mucho más que un proceso, es una forma de pensar. Consiste en resolver problemas de una forma innovadora, siempre poniendo al ser humano y sus necesidades como el eje principal. Si estamos ofreciendo un producto o un servicio a un grupo de personas, ¿qué mejor que comprender en profundidad a esos individuos para así poder ofrecerles exactamente lo que están buscando? El Design Thinking busca crear un vínculo con el usuario objetivo, por lo que está basado en gran parte en la empatía.
El Design Thinking nos ayuda a analizar las preguntas, las asunciones y las implicaciones de una forma diferente. Es muy útil para abordar problemas que no están definidos o que son desconocidos, ya que consiste en ir más allá, y cuestionar todo aquello que se da por supuesto y por válido, para así poder redefinir los problemas y buscar nuevas estrategias y soluciones. El Design Thinking también incluye una constante experimentación, probando una y otra vez si los nuevos conceptos e ideas funcionan realmente.
No existe una fórmula mágica, pero para llevar a cabo un “pensamiento de diseño” sí que existen unas fases que deben realizarse para que el proceso sea exitoso. Estos principios fueron descritos por primera vez por Herbert Simon, ganador del Premio Nobel de la Paz en 1969, y se pueden resumir en los siguientes:
- Empatía: Esta primera fase consiste en comprender las necesidades concretas de los usuarios, ya que cuanto más les conozcamos, mejores soluciones de valor podremos darles.
- Definición: Esta es la fase de convergencia, de filtrar la información absorbida. Es importante definir las necesidades y problemas de los usuarios, encontrar las razones que les llevan a tenerlos (insights) y definir los focos de acción, es decir: el reto creativo.
- Ideación: En esta fase se busca dar soluciones concretas a los problemas ya encontrados en la fase anterior.
- Prototipado: Es la fase en la que se aterrizan las ideas, y con las manos, se convierten en tangibles.
- Test: Esta fase final es «el momento de la verdad», en la que nuestras ideas no solamente se van a enseñar al usuario, sino donde se toman decisiones estratégicas. Es por lo tanto, un momento de empatía (de nuevo) en el que se busca dar una solución innovadora a los problemas planteados.